Quien con lobos anda, a aullar aprende (Parte II)
Advertencia.
Este texto puede incluir pasajes explícitos, viscerales y profundamente humanos. No es para todos, pero quizás sea justo para ti.
Absorbida por la noche, ultrajada por la salvajura, despojada de mi humanidad y sumergida en mi instinto más básico. Sobrevivir.
Sentía cómo me clavaban filosas dagas entre la carne, cómo los músculos rompían sus fibras y se desgarraban ante las zarpas que arañaban mis piernas, brazos y espalda. Estaba tirada boca arriba; podía sentir el aliento de la criatura a unos cuantos centímetros de mi cara. Se sentía caliente… como si fuera una entrada al Averno.
En un intento por salvarme y huir, me di la media vuelta y a gatas traté de escapar. En cuanto me separé unos centímetros de la bestia, sentí un agarre casi destructor en la pantorrilla; no me rompió la pierna, pero pude sentir cómo mi carne se desprendía. Me tomó y me tiró hacia él. Entre el arrastre por la hojarasca, el gruñido de la criatura y mis gritos de dolor, me pareció escuchar:
—¿A dónde crees que vas?
Estaba bajo el cuerpo gigante de la bestia; sentía la agitación de su respiración en mi espalda y en mi nuca. Una pierna la tenía destrozada; sentía la sangre caliente cubrir mi piel, aún pegada a mí, mientras la carne se exponía y el frío se colaba por entre los tejidos de los músculos. Me tomó del cuello, como a un ciervo moribundo al que se dispone a comer con tranquilidad. Se acercaba mi fin. Pensé que me arrastraría para terminar conmigo. Pero no fue de la manera en que yo imaginé.
La presión que sus fauces ejercían sobre mi cuello era extrañamente reconfortante; era delicada y al mismo tiempo, tan delgada la frontera del más allá, a un mordisco de la muerte. Solo podía entregarme a lo que aquel ser decidiera. Hacer cualquier esfuerzo sería mi muerte inmediata. Ahí no había más opciones que someterme a la voluntad de la bestia. Saber que, de una u otra manera, mi final ya estaba decidido me causó cierta paz. No tendría por qué volver a lidiar con Paul.
Sentía el latir de mi corazón agitado por mis venas, justo por donde pasaba el agarre de su mordida, lo que me dificultaba tragar saliva. Debió haber sentido mi esfuerzo, porque ejerció un poco más de presión sobre mi cuello. Pude sentir el líquido vital brotar, emanar suave y lentamente de mi ser, calentando y coloreando mi rostro a su paso.
Me rendí, me dejé fluir. Con la cólera que me había provocado llamar a Paul, el trágico fin a manos de la oscuridad del bosque, la adrenalina y el saberme cerca de la muerte, algo en mí debió haber cambiado. Mis sentidos se agudizaban, o mi locura se apoderaba de mí; pero estoy casi segura de que hablaba la bestia entre gruñidos:
—¡Libérate! —me parecía escuchar.
En el frenesí carmesí al que estaba sometido mi ser, en mi entrega inevitable a su designio, el aroma que desprendía cambió y la criatura que me doblegaba empezó a agitarse brutalmente hasta el punto de la excitación. Aquel ser enloqueció; con sus patas me detuvo los brazos al punto de dislocarlos. Comenzó a poseerme con salvajura, invadiéndome, desgarrándome y rompiéndome. Mientras me tenía entre su agarre letal de colmillos y garras, su miembro de bestia me quemaba las entrañas.
La vida se me iba en el flujo de sangre del cuello y mi humanidad en cada embestida. En cada estocada sentía que crujía mi cuerpo; su violenta pasión me rompía los huesos, que perdía no solo mi existencia sino todo rastro de lógica y razonamiento. Sentía tanto dolor que, en un vago intento de mi cuerpo por salvarme y mitigar el sufrimiento, desencadenó en mí un espasmo incontrolable en mis carnes palpitantes. Me convulsioné y me desplomé.
No sé cuánto tiempo habré pasado tirada en el bosque, pero cuando volví a abrir los ojos ya iba camino a nuestro piso. Estaba decidida a resolver la discusión con Paul. No recordaba qué había pasado, solo que salí de la fiesta a hablar con él y que la llamada se había cortado. Solo sentía la urgencia de verlo y expresarme.
Me sentía extrañamente poderosa y confiada, como si el bosque me hubiera otorgado valentía y coraje. Sentía cómo fluía por mis extremidades el calor de mi ira, pero no de una manera descontrolada, sino enfocada en hablar con Paul y resolver de una vez por todas este asunto.
Llegué a la puerta de la casa. Frente al piso, un extraño aroma a flores mezclado con sudor llegó a mi olfato. Era dulce, pero tenía un punto desagradable e intoxicante, casi de fermentación. Se me hizo peculiar, podía distinguir a Paul, pero la fragancia floral era nueva. Toqué a la puerta. No encontraba mis llaves; de hecho, no llevaba bolso ni nada. Era muy rara la sensación en mi cuerpo.
Nadie me abrió. Me asomé por la ventana de la sala y lo vi besándose con una mujer. Inmediatamente identifiqué de dónde provenían los aromas. Eran ellos, fundiéndose en el deseo. La furia y la cólera se apoderaron de mí. Sentí el flujo de mi sangre agudizar mis sentidos y estallar en mis músculos. No sé de dónde me salió una fuerza descomunal. Me lancé hacia la puerta y la tiré.
Estaban más que sorprendidos; podía ver el terror en sus ojos.
—¡Espera! —gritó Paul.
Mientras, la mujer cogía su ropa y salía corriendo hacia la puerta. La detuve de un tirón, la tumbé al piso y la dejé ahí; ya me encargaría de ella.
—¿Qué es esto? —gritaba él con horror ante mi presencia.
Las palabras no me salían del enojo que sentía. Me acerqué a él para gritarle, para descargar mi ira y mi frustración. Cada paso que daba, él retrocedía aterrado de mi actitud. Eso me irritó aún más. Así que me arrojé sobre él y le caí encima.
Mientras vomitaba toda mi irritación contenida, él solo gritaba y se cubría el rostro con las manos, como para protegerse de mis palabras. Me exasperó; sentía que hacía de todo para no escucharme. Era tanta mi molestia que la adrenalina en mis músculos me estaba dando un poder sobrehumano. Tomé sus manos y se las coloqué a los lados de la cabeza. Él gritaba que lo dejara. Me harté y le solté un puñetazo en la cara. No fue tan fuerte, pero al impactar mi puño sentí un líquido tibio cubrirme la boca, el aroma y el sabor metálico de la sangre.
Vi el reflejo de la escena en las ventanas del piso. Dos cuerpos tirados, bañados en algo oscuro. El de la mujer que había tratado de escapar y el de Paul. Pero encima de él no estaba yo. Había un lobo. ¿Dónde estaba yo? Me levanté del pecho de Paul y el lobo, en el reflejo, se movía como yo.
Volteé a ver a Paul, estaba desfigurado, lleno de zarpazos y sangre; parte de su cara estaba en el piso. Me giré hacia la mujer que había empujado, tenía marcas de garras en el cuello y la sangre brotaba como un manantial. Me miré las manos. No eran manos. Eran garras largas y poderosas. Me acerqué a un espejo que había en la sala. Me vi. Era una hermosa loba negra y brillante como una noche estrellada. Miré la escena y sonreí.
Salí de la casa y me dirigí al bosque, abrigada por el firmamento. A lo lejos, lo escuché aullar. Me llamaba. Me eché a correr en dirección a su llamado. En la densidad de la noche vi sus deslumbrantes ojos rojos brillar. Llegué hasta donde estaba, restregué mi cabeza contra su lomo. Me sentía tan calmada y en paz sintiendo el calor que emanaba de su cuerpo, la suavidad de su pelaje, el retumbar de su corazón. Me senté junto a él y aullamos al resto de la manada a la luz de la luna llena.
Titaniarex
¿Te atreverías a adentrarte en la oscuridad?
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