Tortuga: Una reseña del restaurante Tortuga.

¿Cómo lo descubrí?

Croquetas de jamón y shiitake

A veces basta una recomendación, una foto sugerente y atractiva, o simplemente la curiosidad de explorar lo que suena “nuevo”. Me es difícil no ir con expectativas cuando se trata de comer, porque veo las fotos de los platillos —y sí, ya sé que hay edición, que también hay filtros que, como en las personas, esconden algunas verdades—. Pero al final, esa es parte de su carta de presentación, de su identidad.

Y yo, como buena gourmandise, voy con los colmillos afilados, el paladar y el gusto sensibles, y más que dispuesta a saborear, dejarme llevar y deleitarme con lo que me presenten… y con la experiencia en general.

Así fue como llegué a Tortuga.

¿Qué encontré?

Una atmósfera movida, sin lugar para la clandestinidad ni el misterio. El lugar tiene una energía muy animada. La cocina está a la vista, separada solo por un cristal, y eso crea un espectáculo constante de movimiento y calor.

Las mesas están cerca unas de otras, lo cual puede sentirse acogedor o invasivo, según el ánimo del día. A ratos, el espacio se vuelve casi escenografía de una obra en plena acción: personal que va y viene, comandas y platos que entran y salen con ritmos acelerados.

Hay una cierta intimidad… pero también intensidad. El calor, los aromas mezclados, la cercanía de las personas, el murmullo constante. No es un lugar que invite a tomarse el tiempo para degustar cada bocado. Hay una constante sensación de rapidez. Aquí es mirar, probar y moverse al siguiente bocado.

Así que si buscas calma, un refugio del movimiento… puede que aquí no sea la mejor propuesta.

“Para muestra un botón”

¿Cuáles fueron mis impresiones?

Flor de calabacín frita

Tal vez sea demasiado categórico —y hasta tajante— decir que una primera impresión basta para juzgar. Pero… he de decir que no me ha encantado del todo la experiencia en Tortuga, aunque iré desglosando los momentos. Yo comparto, y ustedes ya decidirán.

Por un lado, es interesante tener la cocina a unos pasos y ver la acción de los fogones: todo el movimiento que hay detrás del cristal y el ir y venir del personal. Pero, por otro lado, lo reducido del área hace que los olores y el calor se concentren, haciendo que los aromas individuales de los platos se pierdan un poco en ese cóctel de fragancias.

¿Qué comí?

Con la puesta en escena en marcha, el movimiento y los aromas recorriendo las mesas, era momento de entrar al núcleo de la materia: la propuesta gastronómica.

Pedí:

  • Arancino de shiitake: “Croquetas” de risotto con shiitake y queso manchego.
  • Croqueta de jamón ibérico: croqueta de jamón 50% raza ibérica.
  • Flor de calabacín frita: flor de calabacín, gel de azafrán, ricota de estragón, emulsión de tomate lactofermentado, brotes.
  • Vieira Beurre Blanc: vieira salvaje de Hokkaido (Japón), lechuga ecológica salteada, farofa de pistacho, salsa beurre blanc, perejil ecológico.

La carta es breve y cuidadosamente escrita. Pero sentí que las palabras me ofrecieron más emoción que el plato. Personalmente, he sentido más rimbombancia y curiosidad en las descripciones que en los platos en sí. La presentación, un poco desanimada; los sabores, con un equilibrio algo frágil; y las porciones, pequeñas.

¡Ya sé! Qué exigencia la mía… Pero con esos nombres tan impactantes, me lo vendieron muy bien, y esperaba la misma sorpresa en el paladar.

Momentos a destacar

Como toda experiencia intensa, hubo un momento que se gozó y otro que pasará a los anales de la historia gastronómica para reflexionar.

Momento estrella:
El vino. Fresco, ligero, veraniego. Con un inicio de manzanas verdes y un cierre inesperado a olivas carnosas. Fue un gran acompañante: equilibrado, juguetón, perfecto para esa atmósfera apretada y para la deliciosa picardía de la compañía de la noche. No buscó protagonismo, pero supo estar.

Momento en el que me dije: ¿qué pasó aquí?
La lechuga salteada. Aunque el sabor era correcto, su apariencia resultó algo triste, desganada. Le faltó esa vivacidad que uno espera de un verde: brillo, estructura, vida.

¿Para quién es este lugar?

Tortuga es ideal para quienes buscan un espacio vivo, dinámico y con cocina a la vista. Un lugar perfecto para:

  • Amigos que quieran disfrutar de una velada informal, con buena conversación y cierto bullicio.
  • Parejas que buscan romper la rutina, sin pretensiones de romanticismo clásico ni cenas íntimas prolongadas.

No lo recomendaría para cenas románticas o primeras citas, ya que la cercanía y el movimiento constante pueden distraer y restar complicidad.

Información práctica

  • Dirección: Gran Via de les Corts Catalanes, 710, Tienda 4, Barcelona.
  • Reserva previa: Sí, muy recomendable debido al espacio reducido y la demanda.
  • Idioma de la carta: Disponible en varios idiomas.
  • Carta online: https://tortuga.tucartadigital.com/

Para reflexionar

Tortuga no es para todos, y quizá ese sea justamente su valor. No busca complacer al público masivo ni esconderse detrás de un mantel perfecto. Es un espacio vivo.

No fue el lugar que esperaba, pero sí el que necesitaba para entender que no todo lo que suena a poesía en el menú se traduce en un verso en el paladar —o como coloquialmente se dice: “no todo lo que brilla es oro”. Sin embargo, la experiencia me dejó algo valioso: el placer de estar ahí, observando el ajetreo, compartiendo risas y sorbos de un vino fresco que supo hacer magia.

Para los curiosos

Si te interesa descubrir otras experiencias gastronómicas, te invito a leer mi reseña de Club 61, un secreto en el corazón de Barcelona. También puedes explorar mi apartado El arte de comer, donde celebro el placer de los sentidos.

Foto Titaniarex tomando un sorbo de vino
Bon appetit!

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