Ser humanista
El arte de saborear la vida
Todo empezó con un café.
Salí con una amiga y, entre sorbo y sorbo, le comenté que me estaba preparando para entrevistas de trabajo. Ella, con su estilo directo, me dijo:
—Vamos a practicar. Empieza.
Y yo, sin pensarlo demasiado, dije:
—Soy humanista.
Ella me miró, curiosa.
—¿Y qué significa eso?
Me sorprendió. Para mí era obvio. ¿Cómo no saberlo? Pero me di cuenta de que no todo el mundo tiene la obligación de entenderlo… y, quizás, tampoco todos lo interpretamos igual. Así que decidí detenerme un momento y pensar: ¿qué significa realmente ser humanista para mí?
Antes de responder, necesito dar un poco de contexto. Estudié letras, lengua y literatura. Me fascina cómo la humanidad ha evolucionado a través del arte. Aunque entiendo que toda obra está atravesada por su contexto histórico, hay algo más profundo que siempre me conmueve: esa urgencia visceral de crear, de expresar, de poner fuera lo que no puede quedarse dentro. Ese impulso me parece profundamente humano.
Para mí, el arte es la máxima expresión del alma. Una obra puede despertar emociones, provocar pensamientos, tocar fibras dormidas. Y ahí, justo ahí, es donde me reconozco como humanista: en ese deseo de sentir, de interpretar, de poner en palabras (o en imágenes, sabores, gestos) lo que bulle dentro de mí. Ser humanista, en mi caso, no es solo haber estudiado letras; es vivir con la necesidad de comprender al ser humano a través de sus formas de expresión. Y eso, inevitablemente, incluye mis propias formas de sentir, pensar y amar.
Durante muchos años pensé que estudiar literatura había sido una decisión ingenua. Me reprochaba haber elegido un camino que, supuestamente, “no me daría de comer”. Medía mi valor desde lo económico, lo tangible, lo productivo. Pero en medio de ese juicio, olvidé lo más importante: por qué elegí ese camino en primer lugar.
Elegí estudiar letras porque el arte me tocó. Porque quería entender el mundo desde la belleza, desde la emoción, desde lo invisible. Porque necesitaba encontrar mi voz.
Y aunque durante mucho tiempo me concentré en lo que “no me dio”, hoy, en este proceso de volver a mí, de mirar hacia adentro con honestidad, empiezo a ver lo que sí me ha regalado: sensibilidad para leer entre líneas, empatía para conectar con otros desde lo emocional, la capacidad de disfrutar los procesos, de detenerme en los placeres cotidianos y, sobre todo, una mirada profunda sobre el ser humano.
Por eso en este blog hablo del arte de amar y del arte de comer. Porque para mí no están separados. Ambos nacen del mismo lugar: del deseo de sentir, de compartir, de experimentar con todos los sentidos.
Me apasiona narrar esos detalles que erizan la piel, que perturban los sentidos, que nos dejan pensando y saboreando el instante. Una copa de vino que abre la conversación, un abrazo que se queda en la piel, un aroma que despierta un recuerdo olvidado. El crujido de un pan recién horneado, la untuosidad de un queso madurado, el placer lento y salado de una loncha de jamón sobre la lengua.
Ser humanista, al final, es tener hambre de vida. Y aprender a saciarla con todo lo que somos: razón, cuerpo, emoción y palabra.
Al final, esto es solo una parte de mi camino.
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Me encantaría saber qué significa para ti ser humanista. Te leo en los comentarios.
