Llorar ¿Debilidad…?
¿Por qué nos han hecho creer que llorar es una debilidad? Que la lágrima nos delata, que el drama nos persigue, que somos “exageradas” o “incontrolables”. Como si sentir nos restara valor.
Yo crecí con esa etiqueta: chillona. El juego de infancia era repetir “quiere llorar, quiere llorar” hasta que alguna lágrima aparecía. Un juego, un tanto cruel, que se repetía en casa, como si provocar lágrimas fuera divertido, y yo, que siempre he sido de lágrima suelta, aprendí que llorar era exponerse, era perder. Pero ahora quiero resignificar mis lágrimas. Llorar es sentir. Es vivir.

Cada mes mi cuerpo se transforma. Soy cíclica, como la luna, como las estaciones, como el deseo, incluso. Como si no fuera suficiente el entorno a veces abrumador y salvaje, llegan las hormonas y hacen del cuerpo su área de juegos. Paso por la melancolía, la desesperación, la alegría, el optimismo, la euforia. Nadie me lo explicó todos estos cambios, solo me lanzaron la etiqueta «está sensible», ahora sé que es algo más que estar sensible, hoy lo vivo. Lo transito. Lo sufro. Lo gozo.
Llorar es otra forma de sentir placer. No el placer complaciente que todo el mundo celebra, sino un placer profundo y del alma. El llanto que libera, la cama que acoge el cuerpo rendido y cansado de tanto sacar lágrimas, esas gotitas saladas que limpian, la paz que llega después de haber soltado toda el agua posible. Llorar también es conectar con lo que duele y, a veces, con lo que se ama.
He callado muchas veces para no quebrarme, porque mi voz me traiciona cuando el sentimiento se asoma. En un mundo que exige templanza, he aprendido a esconder lo que me desborda. Pero ¿por qué? ¿Por qué nos enseñaron que llorar es perder el control?
Soy chillona.
Y también soy chingona.
Lloro, sí. Me vulnero. Me entrego al drama.
Pero también amo con la misma intensidad.
Con la misma pasión con la que me quiebro, me reconstruyo.
Con la misma sensibilidad con la que lloro, gozo.

Ser chillona no me quita lo chingona. Porque del mismo manantial de donde brota la lágrima, brota también la pasión. Esa intensidad que me hace llorar con facilidad es la misma que me hace amar con fuerza. He entendido que la sensibilidad no incapacita. Amplifica.
Ser chingona no es ser dura.
Es vivir mi autenticidad.
Es resistir sin endurecerse.
Es abrazar la emoción sin pedir disculpas.
Es saber que mis lágrimas no me restan, me revelan.
Quizá deberíamos cambiar la narrativa. Permitirse llorar, así como nos permitimos gozar. En un mundo que anestesia, que exige resultados, acción, fuerza… llorar es un acto de rebeldía.
Chillona y chingona.
Porque el drama también es arte.
Y el arte, como el placer, se siente con todo el cuerpo.
Yo elijo abrazar mis lágrimas como parte de mi fuerza. Chillona, sí. Pero también chingona.